Una iglesia que identifica la nación con la cultura y ésta con el cristianismo ?más aún, con el catolicismo, cuya integridad le está encomendada? no puede menos que considerar todo gobierno democrático, si no como enemigo, al menos como no confiable. Según la teología de la identidad nacional que profesa la jerarquía eclesiástica, todo el espacio cultural debe estar regido por los principios que sostiene la Iglesia. En consecuencia es lógico que un gobierno que pretende implementar algunas de las medidas fundamentales de una democracia sea visto por la Iglesia como un enemigo o, por lo menos, como algo de lo que se debe desconfiar. La distinción entre principios y problemas prácticos, fundamentó las relaciones con los gobiernos de Alfonsín y Menem. De esas relaciones y sus contradicciones trata el presente volumen. 

 

Proceso a la Iglesia Argentina.

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